viernes, 26 de julio de 2024

Las brujas del páramo

Cualquiera sabe que un soldado de plomo puede caerse un día por la ventana del cuarto de juego de los niños, y volver a casa más tarde en el interior de un pez comprado en el mercado. A pesar de lo que diga Macbeth (que ha caído bajo el hechizo de las palabras de las brujas del páramo, y está ligeramente ofuscado por una ambición no del todo saludable), la vida no es “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa”.

No alcanzo a comprender el inmerecido prestigio de que ha gozado el pesimismo entre algunos intelectuales, e imagino que aquellos que no soportan los happy ends se parecen a esas gentes que, como dice Jesús Beades, “se sienten más cultos por ver El Séptimo Sello en vez de Regreso al Futuro o por mirar […] un Rothko antes que una viñeta de Tintín”. En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl sostiene que “el vacío existencial se manifiesta sobre todo en un estado de tedio”.

Saber que la Providencia tiene un plan misterioso que no alcanzamos a comprender, por el que el bien que Dios quiere para nosotros puede revelarse de la forma más insospechada, permite ver la vida como una aventura apasionante en la que en cualquier momento se puede producir un giro argumental inesperado que nos brinde la alegría de un final feliz.

¿Ha sido en vano el ir y venir de Renzo y de Lucía desde que se ven obligados a separarse hasta que, contra todo pronóstico, y a pesar de la devastación producida por la peste, se reencuentran al final entre los miles de apestados que abarrotan el lazareto de Milán?

Miguel de Cervantes, que sabía algo de los sinsabores de la vida, y que no era un ingenuo engañado por convenciones narrativas ilusorias, no cayó jamás bajo el hechizo de las brujas del páramo. Sabía por experiencia propia “cómo sabe el cielo sacar, de las mayores adversidades nuestras, nuestros mayores provechos”. Y sus páginas sobrevuelan airosas el cielo de la literatura sin rozar en ningún momento el estado de tedio en que se manifiesta el vacío existencial.


lunes, 15 de julio de 2024

El pábilo vacilante


Enrique García-Máiquez estuvo a punto de salir volando una vez en un callejón estrecho del Puerto de Santa María, no porque el viento de levante quisiese arrebatarle un cuadro que llevaba bajo el brazo, sino porque comparte algo con los ángeles de Chesterton: no tiene ni un gramo de vanidad.

En el título de la segunda entrega de sus dietarios: El pábilo vacilante (2012), al igual que en el de su primer poemario: Haz de luz (1997), están presentes tanto la humildad como la vocación radiante.

El pábilo vacilante comprende un período de cuatro años (de 2008 a 2011), en el que al poeta le ocurren hechos decisivos que dejan una honda huella: la experiencia de un matrimonio sin hijos que quiere tenerlos, la muerte de la madre tras una enfermedad, el nacimiento de la hija primera tras nueve años de espera, y, en todo momento, como un latido de fondo, como el latido acompasado de dos corazones, el amor conyugal.

Enrique García-Máiquez practica con elegancia el arte de la contención, que incrementa la potencia expresiva. Pero lo que pone un nudo en la garganta es la Fe, la confianza en la Providencia, “que todo lo conduce, aun por los caminos más misteriosos, al bien supremo de nuestra Redención”. También en esto Enrique García-Máiquez es chestertónicamente optimista. José Miguel Ibáñez Langlois ha escrito que “en la Providencia de Dios se funda el más radical de los optimismos, nuestro optimismo teologal”.

¡Qué bonita es la edición realizada por la editorial Renacimiento! ¡Y qué bonito es el cuadro del pintor polaco Konrad Krzyzanowski que aparece en la portada, y que se titula A la luz de una vela!

En El pábilo vacilante se descubren múltiples rastros de migas de pan que desembocan en otros libros del autor, o semillas de árboles que habrían de germinar más adelante en libros que aún no existían. Enrique García-Máiquez dibuja lo que el poeta recién fallecido José María Álvarez expresó así: “La lealtad que mi alma / Guarda a determinados / Paisajes rostros libros”. Se podría hacer una lista, a la manera de Georges Perec, de estos tesoros encontrados en las páginas del dietario.

La poesía está presente en cada página, como la vocación a la que el autor guarda siempre fidelidad, como una compañía que no lo abandona ni en los momentos  trascendentales ni en los momentos cotidianos (que, bien mirados, son también trascendentales). Pero, sobre todo, la Poesía con mayúsculas se hace realidad en la voluntad de ver a los demás como los ve Dios, objetivo al que se acerca prodigiosamente al verlos con los ojos maravillados con los que un padre contempla la ecografía de su hija.


domingo, 14 de julio de 2024

In tearing haste


En una carta dirigida a Deborah Cavendish, duquesa de Devonshire, Patrick Leigh Fermor cuenta que dos golondrinas se han colado en el cuarto en el que está escribiendo, y que han permanecido volando en círculo en torno a él bajo las vigas del techo durante veinte minutos. Después de que una de las golondrinas se haya chocado varias veces contra el cristal de la ventana, en vez de acertar a salir de nuevo como ha hecho la otra, Patrick Leigh Fermor la ha cogido con cuidado, se la ha guardado en el bolsillo y ha salido al jardín. “Mirad cómo lanzo una piedra por encima de aquel árbol enorme”, ha dicho a las personas que allí estaban. A continuación, ha sacado la golondrina del bolsillo, la ha arrojado a lo alto, y la golondrina ha batido las alas hasta el firmamento para admiración de todos.


domingo, 7 de julio de 2024

Veo a Satán caer como el relámpago


El poema “Pies de barro”, de Marcela Duque, es una jaculatoria de tres versos en la que se expresa de forma condensada la renuncia al deseo propio, y el deseo de quien toma como modelo a Dios: “Ya no quiero querer lo que yo quiero; / quiero querer aquello que tú quieras. / Quererte así y dejarme que me quieras”. El tú del segundo verso es Dios, y el yo del primer verso es el ídolo con pies de barro al que hace referencia el título
.

El poema remite a la idea de deseo mimético expresada por René Girard en Veo a Satán caer como el relámpago, a la luz de la cual las palabras de Marcela Duque se cargan de sentido. Ezra Pound explica que el significado de las palabras “viene dotado de raíces, de relaciones, de un cómo y un dónde se utiliza esa palabra de modo familiar, de dónde ha sido utilizada de modo brillante o memorable”.

La antropología girardiana parte de una premisa realista, según la cual “los individuos se muestran naturalmente inclinados a desear lo que el prójimo posee, o, incluso, tan sólo desea”. Según René Girard, los hombres “no tienen deseo propio”, porque “lo propio del deseo es que no sea propio”. El deseo es mimético, es decir, no está fijado de forma predeterminada, sino que se recibe siempre de un modelo mimético (que René Girard identifica con el prójimo). La rivalidad mimética creada por la imitación del deseo del prójimo exaspera el deseo mismo, segrega las toxinas más nocivas: celos, envidia, resentimiento y odio, y da lugar a una espiral infernal que desemboca en la violencia mimética.

En Veo a Satán caer como el relámpago, René Girard explica que “Dios y Satán son los dos archimodelos”. Satán es el mal modelo, que nos hace caer en la trampa de la rivalidad mimética, y que encarna la violencia misma que se contagia miméticamente. Satán es también la forma arcaica de poner fin a la crisis de violencia mimética cuando ésta se contagia hasta alcanzar el paroxismo, a la que Girard llama mecanismo victimario, o “mecanismo de Satán”, y que consiste en descargar dicha violencia por parte de todos contra un chivo expiatorio.

Dios es el buen modelo, que protege de la rivalidad mimética. René Girard sostiene que los seres humanos estamos necesitados de modelos (porque somos “seres penetrados de mimetismo”), y que “lo que Jesús nos invita a imitar es su propio deseo, el impulso que lo lleva a él, a Jesús, hacia el fin que se ha fijado: parecerse lo más posible a Dios Padre”. “Ni el Padre ni el Hijo desean […] con egoísmo”, de tal forma que “si imitamos el desinterés divino, nunca se cerrará sobre nosotros la trampa de las rivalidades miméticas”.