sábado, 21 de octubre de 2023

Alzad, alzad mi pluma a las estrellas

Apenas un año antes de morir en combate en la batalla de Alcazarquivir, “a pie [...] y con la espada en la mano tinta en sangre”, y tras haber dado su palabra de que acompañaría a don Sebastián de Portugal en su campaña contra el reino de Marruecos, Aldana termina el poema “Carta para Arias Montano sobre la contemplación de Dios y los requisitos della”.

El oficio militar es la ocasión en que brillan los valores caballerescos, y Aldana había cantado lo que la profesión de dicho oficio tiene de noble (“¡Oh sólo de hombres, digno y noble estado!”). También había dado testimonio de la experiencia del soldado en toda su crudeza, en toda su verdad.

En el poema “Carta a un amigo, al cual le llama Galiano”, brilla la belleza, la claridad y la precisión del lenguaje técnico del oficio militar. Aldana hace poesía con las palabras que nombran fielmente las cosas de la guerra: la espada, la pica, el almete, la jineta, las coracinas, la bufa y las taherías. Asimismo, vemos al caballo “sacudir el copete y la cabeza, […] / la cerviz abajar, tascar el freno, / las ancas recoger, doblar las corvas, / el pecho dilatar, volar los cascos”.

Recrea la experiencia del centinela que vigila en el campo de batalla mientras las tropas duermen, “cuando la noche con sus negras alas / esparce por el aire tenebroso / silencio, sueño, miedo y sobresalto”, al igual que en un soneto había recreado de forma vívida el gusto a agua corrompida en la boca del soldado, y la herida obtenida en el combate que deja “hueso en astilla, en él carne molida, / despedazado arnés, rasgada malla”.

Pero el oficio militar es para Aldana también “baja condenación de mi ventura / que al alma dos infiernos da por pago”, porque le impide poner por obra el deseo de apartarse del mundo, cultivar un estilo de vida contemplativa y lograr la ansiada paz interior que su alma anhela. En el corazón de la poesía de Aldana hallamos una paradoja: bajo el arnés que cubre el cuerpo del soldado que había luchado en Flandes a las órdenes del duque de Alba, bajo el disfraz de mercader judío que viste el espía al que Felipe II había encomendado la peligrosa misión de explorar el norte del reino de Marruecos, y bajo el yelmo que resguarda la cabeza del maestre de campo general que muere el 4 de agosto de 1578 en la batalla de Alcazarquivir, el alma de Aldana quiere renunciar al mundo, y cultivar la vida contemplativa propia del filósofo, en busca de la quietud, el sosiego y la perfección espiritual. Aldana es un hombre de acción que anhela la vida contemplativa, y un hombre de guerra que anhela la paz interior.

Francisco de Aldana quiere elevarse, ya sea mediante el ejercicio de la virtud que caracteriza al caballero, ya sea mediante el cultivo de las letras, del pensamiento y de la poesía, ya sea mediante el amor.

En la poesía de Aldana, el alma anhela elevarse al cielo (“¡Oh, patria amada, a ti sospira y llora / esta en su cárcel alma peregrina!”), y, de esta manera, a Dios. Cómo se nota la influencia de la poesía italiana, así como de la filosofía neoplatónica, de donde Aldana había bebido durante su juventud en Florencia (“¡Ay monte, ay valle, ay Arno, ay mi ribera!”). El amor es un camino de perfección espiritual que nos acerca a Dios, y la contemplación de la belleza mueve al amor (de donde se sigue que la contemplación de la belleza es la via pulchritudinis que conduce a Dios: “doy gracias al Señor del alto coro / por tan diversa y temporal belleza, / todo me es escalón, todo escalera, / para el Señor de la dorada esfera”). En la escala ascendente del amor, la amistad (philia) desempeña un papel crucial en la obra de Aldana, como pone de manifiesto el hecho de que no pocos de sus poemas sean cartas a amigos (de entre los que sobresale Benito Arias Montano).

Al amor le es propio elevarse, lo que explica el deseo de “que, do sube el amor, suba el amante”, y que esté más cerca de Dios “quien con alas de amor más alza el vuelo”. ¡Qué bien condensa el anhelo del alma de Aldana el verso: “Alzad, alzad mi pluma a las estrellas”!

Enrique García-Máiquez dice que, como sostenía Léon Bloy, “una vez se detecta cuál es la palabra más repetida en una obra literaria, se tiene una herramienta insuperable para encontrar su razón de ser”. Pues bien, “alma” es la palabra más repetida en la poesía de Francisco de Aldana.


jueves, 5 de octubre de 2023

El ideal del caballero renacentista


El ideal del caballero renacentista es un ideal de excelencia. El caballero renacentista es un “hombre selecto”, que pertenece a una “minoría excelente”, entendida a la manera de Ortega y Gasset: un hombre que “no […] se cree superior a los demás, sino que se exige más que los demás”, “que se exige mucho y acumula sobre sí mismo dificultades y deberes”.

Baltasar de Castiglione identifica la figura del cortesano con la del caballero, y la de la buena cortesanía con la profesión de caballería. Los “hombres que merezcan ser llamados buenos cortesanos y sepan juzgar lo que más pertenece a la perfición de buena cortesanía" son "caballeros tan singulares, no sólo en su principal profesión de caballería, más aún en otras muchas cosas”. Peter Burke explicó que Castiglione predica “no sólo los nuevos valores asociados con el Renacimiento, sino también las virtudes tradicionales de los caballeros medievales".

La nobleza a la que ha de pertenecer el caballero renacentista no es tanto la de la sangre como la de la virtud: el “buen linaje” importa en la medida en que es “una clara lámpara que alumbra […] y enciende y pone espuelas a la virtud” (noblesse obligue). “No es tan necesario (como afirmáis) el buen linaje en el cortesano”, porque “muchos, […] siendo de muy alta sangre, han sido llenos de vicios y, por el contrario, otros de ruin linaje, […] con su virtud han autorizado a sus descendientes”. Dante había dicho que “todos los hombres se ennoblecen con el mérito de la virtud” (Monarquía), y que “la verdadera nobleza es nobleza de espíritu” (Dolci rime). Y Godofredo de Charny, en el siglo XIV, había escrito: “El que hace más, vale más”.

El ideal del caballero renacentista es un ideal de excelencia moral. El buen cortesano es “hombre de bien y limpio en sus costumbres, porque en esto se contiene la prudencia, la bondad, el esfuerzo, la virtud”.

El oficio propio del caballero renacentista es el de las armas. “El principal y más proprio oficio del cortesano sea el de las armas”, dice Castiglione. Ha de mostrar “presteza y gana y corazón […] en el pelear”, y ha de encarnar los valores caballerescos: la lealtad (ha de ser “fiel”), el coraje (ha de ser “esforzado”) y la honra (“la cual es la verdadera satisfacción de los virtuosos trabajos").

El afán de excelencia que regía la vida del caballero renacentista hacía “que fuese en las letras más que medianamente instruido, a lo menos en las de humanidad, y [que] tuviese noticia no sólo de la lengua latina mas aun de la griega”, porque “además de bondad, el sustancial y principal aderezo del alma pienso yo que sean las letras”, y porque, de acuerdo con Leonardo Bruni, los estudios humanísticos "perfeccionan al hombre".

La figura del hidalgo español de los siglos XVI y XVII se inspira en el ideal del caballero renacentista. El hidalgo, que, como dice Ramiro de Maeztu en Defensa de la Hispanidad, encarnaba “la virtudes antiguas”, y que “todavía en tiempos de Felipe IV y Carlos II sabía manejar con igual elegancia las armas y el latín”, se miraba en el espejo del ideal de excelencia del caballero renacentista.