martes, 27 de febrero de 2024

Estar a la altura

En un poema de su libro La certeza, Eloy Sánchez Rosillo se pregunta cómo es posible encontrar en unos versos “no el simple autorretrato de su autor / ni una historia que a él solo le concierne, / sino mi propio rostro”. El poema se titula “Unas pocas palabras verdaderas”, y expresa el asombro que causa la poesía que nos zarandea sin contemplaciones y que nos hiere “con toda su verdad”.

San Agustín distingue dos formas de verdad: por un lado, la verdad como luz que ilumina las cosas que queremos conocer, y, por otro, la verdad como luz que vuelve sobre nosotros. Rémi Brague explica que la verdad entendida de esta segunda forma nos indica “lo que deberíamos hacer y no hacemos, lo que deberíamos ser y no somos”. A Rilke la contemplación de una estatua griega lo zarandeó sin contemplaciones, y lo hirió con toda su verdad, hasta el punto de que entendió que debía cambiar su vida.

Don Quijote y Sancho representan, respectivamente, el acercamiento a lo que deberíamos ser, y el alejamiento de lo que deberíamos ser. Nicolae Steinhardt supo ver que el Quijote expresa la verdad paradójica del alma humana: que somos “lo que deberíamos ser y no somos”. “En ninguna parte [como en el Quijote]”, dice Nicolae Steinhardt, “se contrastan de forma tan desgarradora el alejamiento y el acercamiento al ideal [...]; en ningún sitio se desarrolla con un ritmo más estremecedor el juego sin fin castillo-venta, palurdo-señor, hombre-demonio u hombre-ángel”.

Léon Bloy no soportaba a Sancho, ni la ridiculización del caballero de la Triste Figura, porque no soportaba el rebajamiento que implica el olvido del ideal, y porque veía en Sancho lo contrario del “Sueño”, del “Entusiasmo”, del “rostro doloroso de la Poesía” que encarnaba para él don Quijote. Pero don Quijote, Sancho y todos tenemos una vocación.

La Poesía puede zarandearnos sin contemplaciones porque nos devuelve la verdad acerca del alma del ser humano. La Poesía puede zarandearnos sin contemplaciones, puede herirnos con toda su verdad, porque nos recuerda quiénes estamos llamados a ser y nos exige estar a la altura.


jueves, 1 de febrero de 2024

Moderadamente moderno


En Moderadamente moderno, Rémi Brague sostiene que "las ideas modernas son pre-modernas". La modernidad hace suya una mercancía añeja mediante una treta consistente en cambiarle la etiqueta. Así, la "esperanza" cristiana se convierte en "optimismo", y la "Cristiandad" misma pasa a llamarse "Europa". "La elección de una designación nueva" permite "disimular el origen de aquello que se toma prestado". Chesterton había expresado la misma idea en Por qué soy católico: "los ideales morales modernos [...] han sido tomados prestados o arrancados de las manos antiguas o medievales". Por ejemplo, el "derecho a la vida" es la nueva etiqueta del viejo axioma del carácter sagrado de la vida humana. Por un lado, expresa un principio moral recogido en el quinto mandamiento: "No matarás". Por otro, no sólo oculta su origen premoderno, sino que también elude su fundamentación en algo extrínseco.

La rebelión de las ideas modernas contra el origen del que proceden es "la rebelión de las ramas contra el árbol" de la que hablaba C. S. Lewis en La abolición del hombre. Dicha rebelión estriba en último término en "la reivindicación por parte del hombre de una total autonomía en relación a cualquier trascendencia". La modernidad es proclive a sostener que los ideales morales tienen un carácter relativo, porque aceptar que tienen un carácter absoluto implica reconocer que están fundamentados en una causa trascendente. Rémi Brague sostiene que "quizás el problema de la modernidad" es "de dónde saca su legitimidad el hombre del humanismo moderno".