“La cabeza de Tomás Moro”, de Mario Míguez, arranca con una analogía entre Margaret Roper, que rescata en secreto la cabeza de su padre de la pica en la que ha sido clavada en el Puente de Londres, y en la que ha permanecido expuesta durante un mes, y Antígona, que da sepultura sin ser vista al cadáver de Polinices a las puertas de Tebas.
Se proyecta sobre la imaginación del lector la imagen de quien representa la obediencia a “las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses” antes que a las leyes de los hombres, y, por lo tanto, la obediencia a la ley moral antes que a la fuerza, y se sugiere un paralelismo entre la negativa de Antígona a acatar la ley decretada por Creonte, y la negativa de Tomás Moro a jurar el “Acta de Supremacía” por fidelidad a la propia conciencia.
El núcleo del poema lo constituye la plegaria que Margaret pronuncia sobre el Puente de Londres mientras abraza contra su pecho la cabeza recién rescatada de su padre envuelta en un trozo de sarga.
Mario Míguez escribe versos de una belleza, de una hondura y de una potencia expresiva concentrada admirables.
Margaret le pide a Dios que extinga el rencor que siente contra Enrique VIII (“Enrique, el rey blasfemo, el torpe adúltero”), contra los hombres de la corte que rodean al rey (“¡Las huestes y ministros del infierno / se parten Inglaterra a dentelladas!”), contra Cromwell (“Cromwell, el demoniaco”) y contra Lutero (“hereje, / que iniciaste esta negra contradanza”).
Se duele de unas palabras de Erasmo de Rotterdam, así como del consejo que algunos maledicentes sostienen que Luis Vives le dio a la reina Catalina de Aragón, y pronuncia unas palabras inolvidables de menosprecio de los sabios que se olvidan del alma, que traicionan la verdad y que pactan con el mundo (“¿De qué nos vale, pues, todo saber / si al final traicionamos la verdad? […] ¿Qué sois mil sabios ante un hombre santo? / Un santo vale más que cien mil sabios…”).
El contacto directo con la fuerza que ha llevado a Tomás Moro a permanecer encerrado catorce meses en la Torre de Londres, y a morir al final ejecutado bajo el hacha del verdugo el 6 de julio de 1535, ha dejado el alma desgarrada de Margaret pegada a la plegaria. A punto ha estado de dejar su cuerpo desvalido convertido en piedra, tal y como Simone Weil dice que el imperio de la fuerza puede dejar a los hombres petrificados.
El poema, como el Puente de Londres, como “el Támesis gris que pasa herido”, como los ojos de Margaret cerrados por la niebla de las lágrimas, está envuelto en una atmósfera gris. Los endecasílabos discurren cadenciosamente con un ritmo lento, como las aguas lentas, oscuras y moribundas del río Támesis. Pero el endecasílabo da paso al alejandrino cuando la intensidad expresiva se acrecienta (“Escúchame tú, Dios… Dame fuerzas tú, Cristo…”) ¡Y cómo se cargan de sentido las interrogaciones, las exclamaciones y los puntos suspensivos, los apóstrofes y las interjecciones, en esta plegaria vehemente llena de dolor!
Mario Míguez llama Meg a la hija de Tomás Moro, “Margarita, la dulce y tierna Meg”, tal y como el propio Tomás Moro llamaba a su amada hija. ¡Qué ocasión para volver a leer las cartas escritas desde la Torre de Londres, y las “daughterly loving letters” que la hija escribe a su padre preso!
En el poema “Care pater”, Mario Míguez se había preguntado “¿Qué es el amor filial, cómo se prueba?”, y había presentado a tres figuras como modelo de dicho amor filial: Antígona, que “guía a Edipo ciego”, Eneas, que “lleva a Anquises / anciano y derrotado a sus espaldas”, y Ruth, que “es siempre fiel a Noemí / sin pensar un instante en el mañana”. En La cabeza de Tomás Moro, Margaret Roper es también un modelo de amor filial, porque hace vida lo aprendido de su padre.
Como Antígona, la hija de Tomás Moro no está hecha para compartir el odio, sino el amor. Margaret le pide a Dios la gracia para perdonar a los verdugos de su padre (“¡Oh, extingue en mí, Señor, este rencor!”), y la oración de Margaret obtiene respuesta, porque, como dice el Evangelio, “todo cuanto orando pidiereis, creed que lo recibiréis y se os dará”.