En Moderadamente moderno, Rémi Brague sostiene que "las ideas modernas son pre-modernas". La modernidad hace suya una mercancía añeja mediante una treta consistente en cambiarle la etiqueta. Así, la "esperanza" cristiana se convierte en "optimismo", y la "Cristiandad" misma pasa a llamarse "Europa". "La elección de una designación nueva" permite "disimular el origen de aquello que se toma prestado". Chesterton había expresado la misma idea en Por qué soy católico: "los ideales morales modernos [...] han sido tomados prestados o arrancados de las manos antiguas o medievales". Por ejemplo, el "derecho a la vida" es la nueva etiqueta del viejo axioma del carácter sagrado de la vida humana. Por un lado, expresa un principio moral recogido en el quinto mandamiento: "No matarás". Por otro, no sólo oculta su origen premoderno, sino que también elude su fundamentación en algo extrínseco.
La rebelión de las ideas modernas contra el origen del que proceden es "la rebelión de las ramas contra el árbol" de la que hablaba C. S. Lewis en La abolición del hombre. Dicha rebelión estriba en último término en "la reivindicación por parte del hombre de una total autonomía en relación a cualquier trascendencia". La modernidad es proclive a sostener que los ideales morales tienen un carácter relativo, porque aceptar que tienen un carácter absoluto implica reconocer que están fundamentados en una causa trascendente. Rémi Brague sostiene que "quizás el problema de la modernidad" es "de dónde saca su legitimidad el hombre del humanismo moderno".
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