jueves, 5 de octubre de 2023

El ideal del caballero renacentista


El ideal del caballero renacentista es un ideal de excelencia. El caballero renacentista es un “hombre selecto”, que pertenece a una “minoría excelente”, entendida a la manera de Ortega y Gasset: un hombre que “no […] se cree superior a los demás, sino que se exige más que los demás”, “que se exige mucho y acumula sobre sí mismo dificultades y deberes”.

Baltasar de Castiglione identifica la figura del cortesano con la del caballero, y la de la buena cortesanía con la profesión de caballería. Los “hombres que merezcan ser llamados buenos cortesanos y sepan juzgar lo que más pertenece a la perfición de buena cortesanía" son "caballeros tan singulares, no sólo en su principal profesión de caballería, más aún en otras muchas cosas”. Peter Burke explicó que Castiglione predica “no sólo los nuevos valores asociados con el Renacimiento, sino también las virtudes tradicionales de los caballeros medievales".

La nobleza a la que ha de pertenecer el caballero renacentista no es tanto la de la sangre como la de la virtud: el “buen linaje” importa en la medida en que es “una clara lámpara que alumbra […] y enciende y pone espuelas a la virtud” (noblesse obligue). “No es tan necesario (como afirmáis) el buen linaje en el cortesano”, porque “muchos, […] siendo de muy alta sangre, han sido llenos de vicios y, por el contrario, otros de ruin linaje, […] con su virtud han autorizado a sus descendientes”. Dante había dicho que “todos los hombres se ennoblecen con el mérito de la virtud” (Monarquía), y que “la verdadera nobleza es nobleza de espíritu” (Dolci rime). Y Godofredo de Charny, en el siglo XIV, había escrito: “El que hace más, vale más”.

El ideal del caballero renacentista es un ideal de excelencia moral. El buen cortesano es “hombre de bien y limpio en sus costumbres, porque en esto se contiene la prudencia, la bondad, el esfuerzo, la virtud”.

El oficio propio del caballero renacentista es el de las armas. “El principal y más proprio oficio del cortesano sea el de las armas”, dice Castiglione. Ha de mostrar “presteza y gana y corazón […] en el pelear”, y ha de encarnar los valores caballerescos: la lealtad (ha de ser “fiel”), el coraje (ha de ser “esforzado”) y la honra (“la cual es la verdadera satisfacción de los virtuosos trabajos").

El afán de excelencia que regía la vida del caballero renacentista hacía “que fuese en las letras más que medianamente instruido, a lo menos en las de humanidad, y [que] tuviese noticia no sólo de la lengua latina mas aun de la griega”, porque “además de bondad, el sustancial y principal aderezo del alma pienso yo que sean las letras”, y porque, de acuerdo con Leonardo Bruni, los estudios humanísticos "perfeccionan al hombre".

La figura del hidalgo español de los siglos XVI y XVII se inspira en el ideal del caballero renacentista. El hidalgo, que, como dice Ramiro de Maeztu en Defensa de la Hispanidad, encarnaba “la virtudes antiguas”, y que “todavía en tiempos de Felipe IV y Carlos II sabía manejar con igual elegancia las armas y el latín”, se miraba en el espejo del ideal de excelencia del caballero renacentista.


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