“La Sombra del Pasado” no sólo es “el capítulo crucial”, como dice el autor en el prólogo a la segunda edición, sino que la lectura de sus páginas tiene el poder de atrapar al lector, de hechizarlo y de sumergirlo por completo en las aguas de El Señor de los Anillos. Además, en “La Sombra del Pasado” están presentes los elementos que caracterizan a la literatura de J. R. R. Tolkien, el principal de los cuales es el poder de evocación de la palabra.
La perspectiva desde la cual Gandalf cuenta la historia del anillo, la de sus pesquisas en torno a éste, y la de los personajes principales implicados en ella, desde Sauron hasta Gollum (que a su vez se convierte en narrador dentro de la narración de Gandalf), así como el hallazgo de los versos grabados en el anillo, y la lectura del poema del que proceden, proporcionan a lo narrado un aura de la que carece en el resumen de los Apéndices.
No nos extraña que la historia de Bilbo se convierta en un cuento contado junto al fuego (a fireside-story), y que los cuatro hobbits regresen al final de su largo viaje “como caballeros andantes salidos de cuentos casi olvidados”, porque El Señor de los Anillos es todo él un cuento contado junto al fuego, y su espíritu es el de los cuentos casi olvidados.
El Señor de los Anillos se sostiene milagrosamente sobre el poder de evocación de la palabra, de tal forma que no vemos nada, pero oímos la respiración de los Jinetes Negros al otro lado del cristal de la ventana.
El poder de evocación de la palabra no está puesto al servicio del Señor Oscuro, de ahí que Tolkien no se recree jamás en la oscuridad (a diferencia de las películas, que traicionan el espíritu del libro), sino en la belleza de las cosas sencillas, en lo que G. K. Chesterton llama el milagro cotidiano de la existencia.
La Guerra del Anillo se libra en el interior de nuestros propios corazones, y es una guerra de dimensiones morales, porque no hay épica sin moral. “¡No me tientes!”, dice Gandalf, “Pues no quiero convertirme en algo semejante al Señor Oscuro. Todo mi interés por el Anillo se basa en la misericordia, misericordia por los débiles, y deseo de hacer el bien”.
El corazón de El Señor de los Anillos lo constituye el combate contra el pesimismo, el desencanto y la desesperación, esas sombras que merodean siempre en los bordes de todas las historias. Frente a Sauron, el Señor Oscuro, los Espectros del Anillo y las fuerzas demoníacas del Mal, que enarbolan la divisa del Lasciate ogni speranza del Infierno de Dante, la lectura de El Señor de los Anillos infunde esperanza en los corazones, porque, en el curso de ese combate aparentemente abocado al fracaso, el corazón sencillo no sucumbe jamás frente a la falta de fe.
Si no nos hacemos como niños, no entraremos en el mundo de El Señor de los Anillos. Hay sitio para “los hombres cultos, oblicuos y delicados” de los que habló Evelyn Waugh, para “todos los confundidos con el conocimiento y la especulación”. Como dice Gandalf en las puertas de Moria, la clave para entrar es “simple, demasiado simple para un docto maestro en estos días sospechosos”.
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