sábado, 3 de mayo de 2025

El cuerpo luminoso de los poetas


En el poema “Nocturno (frustrado)”, Miguel d'Ors expresa con sorna d'orsiana su enojo contra Baudelaire, Goethe y Borges, porque se interponen entre él y la luna, impidiéndole verla limpiamente: “Maldito Baudelaire, malditos Goethe y Borges, / que ahora que contemplo / la luna no me dejan ver / la luna”. O, dicho con las palabras del propio Borges en el poema “La luna”, porque le impiden verla sin el “antiguo llanto” de que han colmado a la luna “los largos siglos / de la vigilia humana”.

Para Miguel d'Ors, la luna estaría recubierta de adherencias literarias, segregadas por los poetas que, como Baudelaire, Goethe y Borges, han escrito sobre ella, de tal manera que no le es posible verla. Para Borges, “la luna de las noches no es la luna / que vio el primer Adán”, sino que es, de alguna forma, la suma de todas las lunas que los hombres han visto. Borges, tan dado a los espejos, dice que la luna es un espejo que devuelve al que la mira no sólo su reflejo, sino el reflejo de todos aquellos que a lo largo de los tiempos la han mirado.

Parecen dos posturas contrapuestas. Miguel d'Ors sería el poeta de la mirada limpia, el poeta de cuerpo luminoso, mientras que Borges sería el poeta de la tradición, el poeta de cuerpo opaco. Pero esta contraposición es falsa, porque el cuerpo de todos los poetas es luminoso.

Para Miguel d'Ors, como para San Mateo, la lámpara que permite ver la luna es “el ojo” (el ojo limpio), de tal forma que el poeta de verdad (es decir, el poeta que alcanza a ver la luna) es el poeta de cuerpo luminoso, porque, como dice el evangelista, “si tu ojo es limpio, todo tu cuerpo será luminoso” (Mateo, 6, 22). En el poema “Cerca del fuego”, Miguel d'Ors escribe: “Los libros no me sirven / si no me dejan contemplar la hierba”.

Para Borges, la lámpara que permite ver la luna es la tradición literaria, el cuerpo opaco de la tradición literaria, cuya opacidad, cuya densidad, llena la luna hasta convertirla en lo que realmente es: no ya la luna, sino la luna de los poetas, la luna de los hombres (que no es sino la verdad que la luna dice acerca de los hombres), toda vez que la tradición literaria es el espejo que devuelve nuestra propia imagen en forma de enigma.

En el libro VI de la Eneida, Eneas desciende al reino de los muertos, y se reencuentra con Dido en el “campo de las lágrimas”, por cuyas sendas vagan entre mirtos “los que el duro amor / fue consumiendo con su cruel congoja”. Virgilio dice (en la maravillosa traducción de Javier de Echave-Sustaeta) que Dido camina “con su herida abierta todavía”, y que Eneas ve “su sombra velada entre las sombras, / lo mismo que se ve o parece verse / la luna nueva alzarse entre las nubes”. Eneas llora, le habla, intenta detenerla, pero Dido lo rehuye, guarda silencio, esquiva su mirada.


¿Cómo no ver entonces en la luna

nueva la sombra de la reina Dido

vagando por el campo de las lágrimas

como un fantasma mudo entre los mirtos?


ENEIDA LIBRO VI (haikus)


Dido recorre

el campo de las lágrimas.

La luna nueva.

*

La luna nueva

es un fantasma mudo

entre los mirtos.


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