Enrique García-Máiquez estuvo a punto de salir volando una vez en un callejón estrecho del Puerto de Santa María, no porque el viento de levante quisiese arrebatarle un cuadro que llevaba bajo el brazo, sino porque comparte algo con los ángeles de Chesterton: no tiene ni un gramo de vanidad.
En el título de la segunda entrega de sus dietarios: El pábilo vacilante (2012), al igual que en el de su primer poemario: Haz de luz (1997), están presentes tanto la humildad como la vocación radiante.
El pábilo vacilante comprende un período de cuatro años (de 2008 a 2011), en el que al poeta le ocurren hechos decisivos que dejan una honda huella: la experiencia de un matrimonio sin hijos que quiere tenerlos, la muerte de la madre tras una enfermedad, el nacimiento de la hija primera tras nueve años de espera, y, en todo momento, como un latido de fondo, como el latido acompasado de dos corazones, el amor conyugal.
Enrique García-Máiquez practica con elegancia el arte de la contención, que incrementa la potencia expresiva. Pero lo que pone un nudo en la garganta es la Fe, la confianza en la Providencia, “que todo lo conduce, aun por los caminos más misteriosos, al bien supremo de nuestra Redención”. También en esto Enrique García-Máiquez es chestertónicamente optimista. José Miguel Ibáñez Langlois ha escrito que “en la Providencia de Dios se funda el más radical de los optimismos, nuestro optimismo teologal”.
¡Qué bonita es la edición realizada por la editorial Renacimiento! ¡Y qué bonito es el cuadro del pintor polaco Konrad Krzyzanowski que aparece en la portada, y que se titula A la luz de una vela!
En El pábilo vacilante se descubren múltiples rastros de migas de pan que desembocan en otros libros del autor, o semillas de árboles que habrían de germinar más adelante en libros que aún no existían. Enrique García-Máiquez dibuja lo que el poeta recién fallecido José María Álvarez expresó así: “La lealtad que mi alma / Guarda a determinados / Paisajes rostros libros”. Se podría hacer una lista, a la manera de Georges Perec, de estos tesoros encontrados en las páginas del dietario.
La poesía está presente en cada página, como la vocación a la que el autor guarda siempre fidelidad, como una compañía que no lo abandona ni en los momentos trascendentales ni en los momentos cotidianos (que, bien mirados, son también trascendentales). Pero, sobre todo, la Poesía con mayúsculas se hace realidad en la voluntad de ver a los demás como los ve Dios, objetivo al que se acerca prodigiosamente al verlos con los ojos maravillados con los que un padre contempla la ecografía de su hija.
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