martes, 18 de junio de 2024

Un enigma ante tus ojos


En el ensayo “Profesión de fe literaria”, Jorge Luis Borges sostiene que la poesía bosqueja siempre un alma, que la poesía es siempre confesión de un alma, y que a veces dicha alma es como un corazón que late en la hondura. En los poemas de Un enigma ante tus ojos (Númenor), de Marcela Duque, hay un alma deshojada, “fatigada de ilusiones”, que anhela “un amor inmarcesible”. Dios ha puesto en nuestros corazones un anhelo profundo de bien, de verdad y de belleza. Lo que define al alma es ese anhelo profundo. Por eso el corazón está inquieto como el fuego que intenta reunirse con las estrellas que giran por los cielos.

Marcela Duque quiere aprender a mirar. Christian Bobin ha escrito en las páginas de El Bajísimo: “La belleza viene del amor como el día viene del sol, como el sol viene de Dios […] Y si toda belleza pura procede del amor, ¿de dónde viene el amor? La belleza viene del amor, el amor viene de la atención”. Marcela Duque mira con atención el mundo, y descubre con asombro que “no hay nada que carezca de misterio”, porque el mundo es hechura de Dios, porque, como dice Léon Bloy, “cuando se está hecho a imagen y semejanza de Dios, no es posible privarse del Misterio”, y porque “lo visible es la huella de los pasos de lo Invisible”. Aprender a mirar significa también aprender a ver en lo visible la huella de los pasos de lo Invisible. Y requiere un “alma simple, / desnuda”, un alma que sea como la mano vacante de Ramón Gaya, “una mano, vacante, de testigo, […] / una mano desnuda, de mendigo”.

“Quizá cuando mi alma sea simple, / desnuda, más que el cuerpo que la envuelve, / aprenderé a mirar, ya sin preguntas, / la nueva transparencia de las cosas, / y entenderé el lenguaje en que me digan / al fin qué es eso que amo en lo que amo”.

“¿Y qué es la poesía si no es este / diálogo que mantengo con las cosas?”, se pregunta Marcela Duque en el poema “Conversación con el misterio” (¡qué maravilla de preguntas formula el alma una detrás de otra en las páginas de este libro maravilloso de preguntas poéticas!). Pero la poesía de Marcela Duque no sólo es el diálogo que mantiene con las cosas, sino el diálogo que mantiene con Dios. Porque el tú de Un enigma ante tus ojos es el Tú de Dios con el que Marcela Duque conversa. Y en el curso de esa conversación Marcela Duque roza siquiera “ese fulgor / eterno” en “lo íntimo / del alma”, al igual que San Agustín encuentra a Dios “en el interior de mi alma”, “en lo más íntimo de mi corazón” (Confesiones).

“Lo íntimo / del alma” es la región de la sabiduría, porque el móvil de la verdadera sabiduría es el amor al bien, a la verdad y a la belleza, y porque dicho móvil se halla en el corazón. La sabiduría que el alma de Marcela Duque anhela (“la sabiduría, nuestro anhelo, / por la que suspiramos y existimos”) no es la de los sabios “que tras muchos trabajos y ansiedades / se empachan de vacío”. La sabiduría que el alma anhela es gozo, es ebriedad, es alimento, es morada, es belleza, es Poesía. Es “la calma que acontece”, y es “un sosiego en que nos vemos imbuidos, / una atmósfera de luz que nos anega”.


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