En la Apologia pro vita sua, el cardenal John Henry Newman habla de los “ortodoxos de las dos botellas”. Los traductores Víctor García Ruiz y José Morales explican en una nota que dicha expresión hace referencia “a los eclesiásticos que, según se decía, tomaban brandy a la salud de “la Iglesia y el rey”, [o que] bebían dos botellas de vino al día como protesta contra los Puritanos”.
Imagino un club de “ortodoxos de las dos botellas” fundado hoy, en el que los ortodoxos serían chestertonianos, las dos botellas serían de jerez, y al que pertenecería, cómo no, Enrique García-Máiquez.
ESTO PERPETUA!
Dios quiere que en la bóveda celeste
brille la luz de todas las estrellas.
¡Brillemos, caballeros, igualmente
los ortodoxos de las dos botellas!
Como Dante Alighieri en el exilio
bajo la cándida bandera güelfa
y como Tomás Moro en el presidio
de Londres a la luz de su conciencia.
Brillemos, y brindemos, como Chesterton.
A falta de jerez, vale cerveza.
Brindemos, al morir, en nuestros féretros,
por el bien, la verdad y la belleza.
Y en el Cielo digamos sin rebozo:
“Esto perpetua!”, como Samuel Johnson.
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