En cierta ocasión, le
preguntaron a un carpintero qué figura pretendía tallar a partir del bloque de
madera con el que trabajaba en su taller, a lo que el carpintero respondió: “Si
sale con barba, San Antón; si no, la Purísima Concepción”. Es decir, que realizaba
su tarea sin propósito claro, e indiferente ante el resultado de la misma.
Los profesores no podemos sentir a nadie más ajeno a nosotros que dicho carpintero, ya que la pregunta
por el propósito último de nuestro trabajo tiene una importancia vital. De ahí
que nuestros ojos os miren ahora no sólo con cariño, sino también con
conciencia de responsabilidad.
Así pues, cabe
preguntarse, ¿qué propósito perseguíamos? Nuestra misión consistía
en suscitar en vosotros el amor al bien, a la verdad y a la belleza, de tal
forma que dicho amor se convirtiese en voluntad, en hábito y, a
la postre, en carácter. Tal y como escribió Aristóteles, “con respecto a la virtud no basta con conocerla (eidénai), sino que hemos de procurar tenerla y practicarla (éjein kai jrészai), o intentar llegar a ser
buenos (agathoi gonómeza)”.
Vosotros habéis sido educados para ser buenos, porque sólo el amor al bien colma la vida de los hombres. ¡Cuánta razón tenía Beatriz cuando, a las puertas del Paraíso, le dijo a Dante que no hay aspiración más digna que el amor al bien! Amar lo bene / di là dal qual non è a che s’aspiri.
Hemos
dedicado muchas horas de clase al estudio de los saberes que la humanidad nos
ha dejado en herencia. No escondáis bajo tierra lo que habéis recibido, sino,
por el contrario, haced que dé fruto.
A lo largo de estos años
os hemos planteado dos preguntas cuya importancia trasciende las disciplinas
académicas, y en las que nos jugamos la vida misma. En primer lugar, ¿qué tipo
de persona quieres ser? Y, en segundo lugar, ¿qué espera la vida de ti?
La conciencia de que somos libres para forjar nuestra propia ventura (tal y como nos enseñó don Quijote), y de que la libertad es la libertad de elegir moralmente, nos permite tomar las riendas de nuestra vida, no eludir la responsabilidad individual invocando como excusa las circunstancias, y no cultivar el resentimiento de quienes caen en el victimismo. Somos dueños de nuestro destino, fundamentalmente porque somos libres para elegir qué actitud adoptar ante lo que quiera que nos ocurra.
La pregunta por aquello
que la vida espera de ti parte de una premisa crucial que no debéis olvidar
nunca: que la vida espera algo de ti.
Descubrir en qué consiste ese algo es ahora vuestra tarea. Permitidme que os
lea las palabras de un escritor inglés llamado Evelyn Waugh: “Dios quiere una
cosa distinta de cada uno de nosotros, trabajosa o llevadera, visible o íntima,
pero algo que sólo nosotros podemos hacer y para lo cual cada uno de nosotros
fue creado”.
Ojalá el colegio haya
sido para vosotros una lugar en el que forjar el carácter, y en el que crecer
en sabiduría y en virtud. Ojalá hayamos sabido poner de nuestra parte para que
aprendieseis a ser humildes, porque la humildad nos permite descubrir con agradecimiento la maravilla que nos ha sido dada gratis con
la vida (y al lado de la cual todos los bienes materiales son poca cosa). Ojalá
hayamos contribuido en algo a que entendieseis que las cosas realmente
importantes se logran con esfuerzo, que el trabajo es el único camino que os
permitirá descubrir vuestra vocación, y que incluso el amor verdadero es un
acto de sacrificio de uno mismo por los demás.
A estas alturas quizá
sepáis lo que el poeta Aquilino Duque expresó de forma muy atinada: “No es
posible que todo salga bien. / […] Uno acierta una vez de cada cien, / y no por
ser más rápido o más lento / se sale antes o se llega pronto”; todos tenemos,
cómo no, nuestras horas bajas; “Es preciso llorar de cuando en cuando; / es
preciso regar el corazón / para que no se seque, como un árbol”. Pero hay cosas
de una importancia trascendental que no deben faltar nunca en la vida (y que
nosotros, vuestros profesores, querríamos haber sabido transmitiros): “¿La fe?
Sí, por supuesto. / Y la esperanza. Y el amor”.
No perdáis la fe en Dios. Habéis de saber que Él no perderá jamás la fe en vosotros. Dios está dispuesto a ir hasta el fin del mundo para encontrarnos, y a veces deja que nos alejemos hasta el fin del mundo antes de hacernos volver. Como quiera que sea, no olvidéis que, pase lo que pase, no estáis solos, que Dios os quiere, y que incluso en la noche más oscura siempre podréis elevar los ojos a Dios, y rezar.
Hoy le pedimos a Dios por
vosotros.
Perdonadnos si en algo
nos hemos equivocado.
Muchas gracias por
compartir con nosotros estos años tan bonitos de vuestras vidas.
Os queremos.