He leído el ensayo “La Ilíada o el poema de la fuerza”, de Simone Weil, gracias a la recomendación que Julio Martínez Mesanza hizo en su conferencia “La pasión inestable y permanente”. En dicho ensayo, Simone Weil explica que el tema central de la Ilíada es el poder que la fuerza ejerce sobre todos los hombres. Nadie puede sustraerse al imperio de la fuerza, y nadie puede sufrir la fuerza sin ser alcanzado hasta el alma. La “miseria humana” consiste precisamente en esa condición común a todos los hombres.
La fuerza
tiene el poder de transformar a los hombres en cosas, tanto a quienes la padecen
como a quienes los embriaga: “la fuerza es lo que hace una cosa de cualquiera
que le está sometido”. Doblega a los hombres que no mata hasta el punto de convertirlos
en piedra: “vive, tiene un alma, y es, sin embargo, una cosa”. Los hombres
petrificados de la Ilíada siguen
vivos, pero su alma sufre una violencia que está a punto de destruirlos.
El alma no puede evitar ser herida, y no puede escapar
a la influencia corruptora de la fuerza sino por la virtud: “es necesario un
esfuerzo de generosidad que rompe el corazón”. Los “momentos de gracia” en que
el alma escapa al imperio de la fuerza son aquellos en que el
hombre ama. Pero el amor sólo es posible si se reconoce en el prójimo a un
semejante, con el que se comparte la condición miserable común a todos, que no
puede sustraerse al imperio de la fuerza, y cuya alma sólo puede salvarse por efecto
de la gracia.
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