sábado, 3 de diciembre de 2022

Surcos



El dinero desempeña un papel crucial en Surcos (1951). Su presencia es constante, obsesiva, obscena, como impúdico asunto de conversación desde el principio ("Ah, lo que da dinero es... Bueno, vosotros no lo entendéis. Pero lo que yo digo es que hay que ganar dinero como sea", dice Pepe), así como en escenas en las que los billetes adquieren la condición de protagonista, y en las que aparecen en todo momento como objeto de deseo, desde ese primer fajo traído celosamente por la madre desde el pueblo debajo de la falda. Pero el dinero no es aquí el "alto jornal" de Claudio Rodríguez. "Aquí el dinero se gana de otra manera, siendo espabilado", dice doña Engracia.

La promesa ilusoria de ganar dinero en la ciudad más fácilmente que en el pueblo ("En la capital le viene a uno la ganancia a las manos na más querer"), el prestigio deslumbrante que la ciudad posee a los ojos de los recién llegados, y el desprestigio que acompaña a la idea del pueblo, de los "paletos" (como se les llama de forma despreciativa) y de su mundo tradicional, arranca a los protagonistas no sólo del suelo natural del campo del que proceden, sino también del suelo moral que constituyen las ideas del bien, de lo decente o de lo correcto, cuya pérdida trae consigo el verdadero desarraigo que explica su deriva. "Puede perderse", dice el padre de forma premonitoria preocupado por su hija el primer día en la ciudad.

Al final, los personajes que sobreviven al desarraigo, y que no terminan hundidos en el sumidero de la ciudad, son el padre y el hijo pequeño (ambos Manuel Pérez), los más ingenuos, los menos espabilados, los que no se dejan corromper, los que todavía tienen escrúpulos, los menos dotados para la supervivencia según la ley de la selva que impera en la ciudad. Es el buen corazón lo que le impide al padre adaptarse con éxito al mundo de la ciudad, y lo que le permite reaccionar ante la degradación moral que amenaza con terminar de devorar a su familia. Lejos de suponer un baldón, la vergüenza que los padres sienten al final de la película es una afección propia de almas nobles. La historia del hijo pequeño es un descenso a los infiernos, desde cuyo último círculo asciende como Dante por la gracia del amor (no del amorío falso de cupletista) de una Beatriz de suburbio, una verdadera donna angelicata.


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